El jefe tóxico que llevas dentro.

Eres tú mismo.

Eres como tu ex, pero en jefe.

Eres tu propio jefe y, si lo piensas bien, en muchas ocasiones también tu mayor enemigo.

Porque…

Si cualquier otra persona te tratara como tú te tratas a diario, ¿cuánto tiempo aguantarías?

Fijo que poco. Fijo que, si sabes marcar límites, lo mandarías a tomar por saco ipsofactamente.

Maldito runrún mental.

La voz que te dice que no eres suficiente.

Que por más que trabajes, siempre habrá algo mal.

Que no importa lo que consigas, porque ya deberías estar consiguiendo más.

Ya deberías estar a otro nivel, deberías estar haciendo otra cosa, deberías ser otra persona.

Sin embargo, amigo de la abundancia, lo que más te destruye no es el trabajo duro, ni los problemas de clientes, ni la competencia en el circo de los negocios online.

Lo que más te desgasta es cómo te hablas a ti mismo.

Piénsalo por un segundo: si te observas de cerca, ¿cómo te estás hablando?

Si fueras un empleado de tu propio negocio, ¿te quedarías a trabajar bajo tus órdenes?

Ni de coña.

Mira, siento ser yo quien te lo diga, pero estás actuando como un pésimo jefe.

Eres ese jefe que no te deja respirar.

Que no da tregua.

Que solo piensa en lo que falta, en lo que no hiciste bien, en lo que te falta por lograr.

Eres el tipo de jefe que espera perfección absoluta y, cuando no llega, te machaca sin compasión.

Vaya mierda de jefe, me cago en la leche.

Este es el diálogo interno que te está frenando:

—»Debería haber hecho más hoy.»

—»Mira lo que está consiguiendo el fulano ese de mi competencia, y yo sigo estancado.»

—»No tengo lo que se necesita para llegar al siguiente nivel.»

—»No soy lo suficientemente bueno, rápido, listo…»

Y lo peor es que lo haces todos los días.

Pero si otro jefe hiciera eso, si te empujara de esta manera, si constantemente te lanzara esas críticas implacables, ¿qué harías?

Lo más seguro es que te largarías.

Buscarías un lugar donde te valoraran, donde el ambiente fuera más justo, donde hubiera un equilibrio entre exigencia y reconocimiento.

Pero, por alguna razón, no te largas de tu propia cabeza.

El precio de ser tu peor jefe

Lo que quizás no has valorado es el coste oculto de ser un mal jefe contigo mismo.

No hablo de que estés cansado. Eso ya lo sabes. Hablo de algo mucho más profundo.

Tu creatividad se ahoga. 

Porque, cuando solo piensas en cumplir con la siguiente tarea, cuando no te das tiempo para reconocer tus logros o recargar energía, matas tu capacidad de innovar. La creatividad no florece bajo el látigo del perfeccionismo.

Tu energía se consume. 

No es solo que te agotes físicamente, es que tu mentalidad se agota. Cuando tu cabeza está llena de críticas y exigencias, tu motivación cae en picado. Pierdes el norte, pierdes el por qué empezaste en primer lugar.

Te saboteas. 

Cuando vives bajo esa presión, tomas decisiones desde el miedo. No desde la inspiración. Desde el miedo al fracaso. No te arriesgas, no te expandes, porque tu propio jefe interno te está poniendo límites invisibles.

Y lo más peligroso: todo esto es autoinfligido.

Desenmascara a tu «jefe tóxico»

Entonces, la verdadera pregunta no es: “¿Por qué estás estancado en tu negocio?”

La verdadera pregunta es: 

  • ¿Cómo estás gestionándote a ti mismo?
  • ¿Qué tipo de relación tienes con tu trabajo
  • ¿Eres tu mayor aliado o tu mayor verdugo?
  • ¿Qué te dices cuando las cosas no salen bien?
  • ¿Qué pensamientos te acompañan cuando logras algo? ¿Te felicitas o simplemente pasas a la siguiente tarea?

Hasta que no respondas a estas preguntas, seguirás atrapado en la misma rueda ni serás un buen jefe para ti mismo.

Y ser un buen jefe para ti mismo, no significa que debas dejar de ser exigente. De hecho, necesitas disciplina. Pero la disciplina y la autocrítica son dos cosas distintas.

El arte de ser un buen jefe

Ser un buen jefe implica aprender a equilibrar el empuje con el apoyo. Exigir cuando hace falta, pero también reconocer cuando has dado lo mejor de ti.

Ahora, no te estoy diciendo esto solo para que te sientas mejor. Te lo digo porque tu negocio depende de ello.

Si no te tratas como un buen jefe, tu negocio no despegará.

Todo arranca con tus creencias. Con lo que hay en tu cabeza.

Todo lo que ves a tu alrededor, tus logros, tus resultados, tus avances o tus estancamientos, son un reflejo de las creencias que dominas hoy.

La mayoría de los emprendedores tienen una serie de creencias limitantes que están dirigiendo cada decisión, cada reacción, cada estrategia.

Creencias de mierda como:

—»Si no trabajo hasta agotarme, no voy a lograr nada.»

—»Realmente no merezco el éxito.»

—»Tengo que hacer todo perfecto o no sirve.»

¿Te reconoces en alguna de estas creencias?

Te lo digo porque esas creencias están moldeando tu realidad.

Es imposible que puedas dirigir tu negocio hacia la abundancia si tu mente está condicionada por la escasez.

Cómo reprogramar al «jefe interno»

Es aquí donde empieza el verdadero trabajo:

  • Primero, necesitas identificar esas creencias limitantes. Y no es fácil, porque muchas de ellas son invisibles para ti. Llevan tanto tiempo ahí que ya no las ves. Se camuflan en tu diálogo interno.
  • Segundo, necesitas cuestionarlas. Empezar a verlas por lo que son: trampas mentales que te has ido construyendo. Las creencias limitantes no son verdades, solo son ideas que has decidido aceptar como tales.
  • Y tercero, necesitas reprogramarlas. Cambiar el chip, pero no de forma superficial, sino desde la raíz.

Cierra el ciclo del auto diálogo negativo

No te conformes con seguir repitiendo ese diálogo destructivo que te ha mantenido en la misma posición. El cambio es posible, pero empieza dentro de ti. 

Lo que necesitas es un cambio de chip.

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