Y llegó el día en que comprendí que el dolor es necesario para avanzar.
El dolor, el cansancio, las lágrimas, todo formaba parte del trato.
Yo no lo sabía, pero así era.
Descubrí que el dolor podía consumir mis fuerzas y detener mi progreso, pero también que podía convertirlo en mi aliado.
No podía permitirme quedar atrapado en él, porque eso solo me llevaría al fracaso.
Entonces, decidí transformarlo en mi motor para impulsar mis esfuerzos y seguir adelante.
Porque cada día intenso estaba construyendo la base para mis sueños más profundos.
Más adelante, entendí que los héroes usan el dolor para hacer del mundo un lugar mejor.
En cambio, los villanos se quedan atrapados en su sufrimiento y lo usan como excusa para justificar su mediocridad.
En ese momento identifiqué a las personas y actividades que me distraían y las eliminé de mi vida.
Me enfoqué en mis objetivos, me comprometí a dar lo mejor de mí y prometí no detenerme hasta alcanzarlos.
¿Por qué te cuento todo eso tan personal?
Pues para que te des cuenta de que, al final, lo importante no es si lo conseguiste o no.
Es saber que hiciste todo para lograrlo.
Es estar en paz con tu dolor.
Por eso, la disciplina es la clave para superarlo.
Muchos se concentran en los resultados, esperando obtenerlos tras unos pocos meses de trabajo, pero la vida no funciona así.
Tendrás que luchar durante años, día tras día, enfrentando el dolor, la falta de motivación y la incertidumbre, sin recibir palmadita alguna.
Porque el dolor es tan cabrón que te desafía a levantarte de la cama cuando las mantas son acogedoras.
Te desafía a trabajar con la pasión de alguien dispuesto a conquistar el mundo, aunque no la tengas.
¿Por qué pasa eso?
Pues porque el verdadero crecimiento no ocurre en la zona de confort, sino en las trincheras, donde cada paso es una maldita batalla.
Quiero confesarte algo incómodo para terminar.
Nadie vendrá a salvarte.
Quiero decir, nadie apagará Netflix por ti ni te sacará de la cama para ir al gym a entrenar.
Dependes de ti mismo para convertir tu dolor en acción.
El éxito no viene con descuentos ni rebajas: pagarás el precio completo en forma de sudor, lágrimas y persistencia. Pero la recompensa vale cada sacrificio.
Lo sé bien.
Así que no importa cuánto cueste, sigue empujando hacia adelante.
Recuérdalo cada vez que el dolor te derribe:
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